La cena Secreta

martes, 22 de septiembre de 2009


Terminé de leer mi segundo libro de Javier Sierra: La Cena Secreta. Narra la historia de un oficial del Santo Oficio (Inquisición) de finales del siglo XV, el Padre Leyre, que llega a la Iglesia de Santa Maria delle Grazie en Milan, cuando el Gran Leonardo Da Vinci estaba por terminar el famoso Cenacolo o La Última Cena. Su único objetivo es encontrar pruebas en contra de Leonardo sobre herejía y así poderlo llevar ante los inquisidores en Roma. Al final, no sólo no lleva a Leonardo ante el "santo" oficio, sino el Padre Leyre comprende una máxima sobre la enseñanza de Jesús.

Automaticamente me transporté a la Semana Santa del 2009, exáctamente un sábado de gloria. Este día, en reunión de amigos, con unas cuantas chelas (unos más, otros menos) casi casi, era quemada por "hereje". Y es que, realmente, hablar de creencias religiosas es un tema delicado, no importando si se está con familia, amigos, conocidos o desconocidos. Cuesta mucho tener respeto a las creencias ajenas. Yo misma he pecado en ese sentido y hay veces que no puedo ocultar mi disgusto sobre algunas creencias que considero como verdaderas falacias.

El punto es, que en éste libro se encuentra desvelada una de las enseñansas de Jesús, que fue concebida primero por Juan El Bautista, y que por lo tanto se encuentran en los Evangelios Gnósticos. Soy neófita en el asunto Gnóstico. Pero creo que nací gnóstica de espíritu, aunque me bautizaron en la Iglesia Católica. Tendré que seguir cultivando mi espíritu, pero ya encontré el camino que debo seguir.

Sólo un estudioso como Sierra, podría investigar y dar a conocer las virtudes que se les adjudicaba a cada uno de los apóstoles, en latín. Trece años le llevó conocer lo que Leonardo, con estudios en el antiguo arte de Ars Memoriae, escondió en el Cenacolo. Si era un secreto o no, yo no lo sé. Lo que si creo, es que las palabras que se le atribuyen a Da Vinci de "el que tenga ojos, que vea", se referían a que NO todas las personas tenían la "capacidad" (o conocimiento) para "leer" lo que sus obras religiosas decían a los fieles. Era una especie de faro en medio de la noche para algunos pocos.

Y lo que descubrió fue la máxima de los Cátaros: Consolamentum. Dios está en nuestro interior. No necesitamos de nadie ni de nada para llegar a Él y para comunicarnos con Él. ÉSTO es en lo que creo.

¿Quiénes están en las sobras de la pintura, y quiénes en la luz? "mmm, me lo imaginé!!", pensé.